lunes, 9 de febrero de 2009

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pasar?, ¿No querías ser como el Che? Pues ahora vas a morir como él, fusilado. Yo tengo órdenes de eliminarte y es lo que voy hacer ya. Ordeno a la tropa salir de la habitación y apuntarme desde puertas y ventanas, aprovisionar y desasegurar. El ruido de los seguros me erizo los bellos del cuerpo. Un escalofrió me recorrió de pies a cabeza, imágenes macabras vinieron a mi mente, me veía danzando destrozado por los disparos, sacudido por la fuerza de estos, recordé los casos de Yumare y el Amparo y llegue a la conclusión que me matarían. Espere capitán, dije. ¿Qué quieres? Permítame decir algo. ¿Para que? Todo esta claro ¿Qué vas a decir tú? A todo condenado, se le permite sus últimas palabras. Bien di lo que sea pero que no pase de un minuto. Mis palabras fueron: Es admirable el glorioso Ejercito Venezolano, forjador de libertades, ¿Cómo matan ustedes a un hombre, desnudo, desarmado? Así cualquiera mata, capitán. Lo que usted va a cometer es un asesinato, luego usted se ira a su casa, cenara, besara a sus hijos y se acostara con su mujer; pero usted nunca olvidara este crimen, este le seguirá a usted todos los días de su vida. Yo hago mi trabajo, para eso me pagan, a mi me dan una orden y yo la cumplo. Recordé el asunto de la planilla y agregue ¿usted cumple sin investigar? Le pregunte ¿sabe usted todo sobre mi persona? ¿Qué más hay que saber? Que soy un agente de inteligencia, haciendo una labor encubierta. Que al igual que usted estoy cumpliendo con mi trabajo para el estado, el cual es tan importante como el suyo. Si usted me mata sin averiguar esto, usted cometerá un grave error que luego tendrá que responder por ello. Mi gente tiene prueba e lo que estoy diciendo, recuerde el caso de Amparo. Está bien voy hacer una llamada. Como me confirmen que te mate, no me importa el resto. Tomo el teléfono móvil y marco un número. Estuvo un rato hablando y mirándome de vez en cuando. Cuando finalizo de hablar, me miro un momento sin ninguna expresión. Aquellos segundos se me hicieron eternos, como aquella oscura noche. El miedo estuvo metido en mi cuerpo, sentía un frió de muerte. Los tendones de los dedos de los pies se me encogían, causándome